Experiencia Misionera en Angola

Este verano hemos vivido una impresionante experiencia de servicio en la Misión de Angola. Siete jóvenes, acompañadas por Hermanas del Equipo de Pastoral de la Provincia os contamos nuestra vivencia en primera persona. Una vivencia en la que contacto con los pobres y la pobreza ha dejado una huella profunda en nuestros corazones. 

Las Hermanas que allí se encuentran en las comunidades de Balombo, Lobito, Luanda y Quibala realizan un apasionante servicio en la Misión de Angola, lleno de audacia, entrega, amor y generosidad con los más empobrecidos de la tierra. En este momento, Angola se sitúa en el segundo lugar de los países más pobres del mundo con un alto número de analfabetismo.

Los lugares en los que hemos realizado la experiencia misionera han sido Balombo, Lobito y Quibala.

BALOMBO

Dos jóvenes, Ester y Laura, y dos Hermanas, Sor Isabel y Sor Inés, viajamos al pueblo de Balombo, situado en la zona interior del país. Allí nos acogió con gran entusiasmo y calidez la comunidad formada por cinco Hermanas.

Junto a ellas y alguna joven más, realizamos un campamento por las mañanas, ya que se encontraban también en período de vacaciones. En esta actividad participaron unos sesenta niños de entre 5 y 12 años. Les ofrecimos un tiempo de repaso de la materia académica del curso, además de realizar con ellos catequesis, manualidades y juegos con los que han disfrutado mucho y nosotras con ellos también. 

Las Hermanas nos han mostrado las distintas actividades que llevan a cabo en este lugar: el hogar de niñas, el programa de nutrición para los más pequeños, el acompañamiento a las familias de la zona y actividades de pastoral con los jóvenes  en la parroquia. Ha sido poco tiempo para poder vislumbrar toda la actividad llevada a cabo con tanto amor entre los pobres, pero en nuestro corazón ya quedará grabado para siempre.

ESTER

Soy Ester, postulante de las Hijas de la Caridad, y para mí ha sido un regalo vivir esta experiencia en la misión de Angola. En estas semanas vividas junto a la comunidad y al pueblo de Balombo he aprendido mucho. 

Me he llenado de alegría al ver la labor silenciosa de las Hermanas y cómo Dios va cambiando el mundo, no desde lo general, sino desde vidas concretas que se ven transformadas. 

Mi corazón también se ha estremecido ante el sufrimiento de tantas familias, a la vez que he recordado qué es lo realmente importante. Se me quedan grabados muchos rostros de los niños y melodías de agradecimiento. 

Doy gracias a Dios, que me acompaña en cada paso y me ofrece lo que necesito para vivir cada etapa de mi vida.

LAURA

Esta experiencia para mí ha sido de esperanza, fe y alegría. 

Nuestro servicio con los más pequeños nos enseñó la alegría de los que han aprendido a ser felices con poco y a disfrutar de la compañía mutua.

Durante estas tres semanas y media hemos podido ver a Dios en todas las personas con las que nos cruzábamos por el camino y que, a pesar de sus dificultades o pobrezas, siempre tenían una sonrisa, algo para ofrecernos y palabras de agradecimiento.

He visto el amor que te dan los niños sin apenas conocerte y muchas veces sin entender lo que decimos, por la barrera del idioma, únicamente porque sienten que los queremos. Esta experiencia me ha reafirmado en mi vocación de maestra y catequista.

Dios se ha manifestado en los gestos más sencillos y humildes. Un abrazo, una sonrisa, la vivencia de la fe, todo ha sido reflejo del amor gratuito de Dios.

“Dios ha estado muy presente en cada niño, en cada joven, en cada anciano…”

Del video testimonio de las jóvenes misioneras

LOBITO

En la ciudad de Lobito se encuentra el barrio de Cassai, lugar en el que las Hermanas ofrecen diferentes servicios. 

La comunidad es numerosa y cuenta con jóvenes aspirantes y Postulantes, además de Hermanas que acaban de salir del Seminario. 

Los diferentes servicios que realizan las Hermanas son: 

– El Centro de Salud: en el que tienen un programa de nutrición semanal para bebés, realizan los análisis en el mismo día al contar con un laboratorio propio en el que, sobre todo, detectan enfermedades como el paludismo, administrando la medicación y el seguimiento. 

– Lar de ancianos: en él residen los ancianos del barrio que no tienen cubiertas las necesidades básicas. 

– Colegio: éste se ha convertido en uno de los puntos de encuentro del barrio, atendiendo a casi 1.400 alumnos en el curso escolar. Además, en el centro se realizan las catequesis de JMV, la animación parroquial, las reuniones de la Capilla de la Medalla Milagrosa.

– Acompañamiento al pueblo: se organizan distintas visitas a las familias, llevando la comunión a las personas que no pueden asistir a la Eucaristía de los domingos y oración con las familias que colaboran en la Asociación de la Medalla Milagrosa.

RAQUEL

La experiencia en la misión es, sin duda, algo que me ha tocado el corazón, que me ha hecho sentirme muy afortunada y valorar profundamente la vida.

Los habitantes de Lobito me han enseñado que la vida se vive más feliz siendo agradecida con los demás, ayudando desinteresadamente, incluso con lo que nos hace falta, y mostrando la mejor de las sonrisas, siempre con un sentimiento muy grande de comunidad.

De los pobres también he aprendido cómo hay que confiar en Dios plenamente, siempre con agradecimiento por todo lo que tenemos, depositando en Él nuestras angustias y esperanzas.

Me ha encantado sentirme parte de la comunidad y ver cómo las Hermanas son tan queridas, por toda la labor que han hecho y por la que siguen haciendo.

SARAY

Poder realizar esta experiencia misionera para terminar el tiempo de Postulantado ha sido un regalo inmenso. Venir a Angola ha supuesto para mí descubrir una realidad totalmente impensable y, también, ser partícipe del testimonio de entrega y caridad de las Hermanas de la misión.

La situación del barrio de Cassai me impactó mucho desde el primer momento. Como nos explicaba la Irmã Ana Paula: “aquí no hay pobreza, aquí hay miseria”. En unas condiciones muy difíciles, la vida se abre camino en este barrio en el que las calles son verdaderos laberintos, donde los niños aparecen en cualquier rincón y el colorido de sus puestos da vida a un paisaje desértico. 

Me ha encantado ver cómo los diferentes servicios de las Hermanas forman una unidad desde la que atienden física y espiritualmente a todos sus vecinos – desde los bebés hasta los ancianos – en el puesto de salud, en el Lar de ancianos, en la escuela y a través de su labor pastoral (JMV, visitas a enfermos, administración de la comunión, etc). 

El testimonio de las Hermanas no sólo en este barrio, sino en toda Angola, me ha conmovido: cómo los más pobres las buscan y las aprecian, pues las reconocen como signo de vida y de esperanza.

De Angola me llevo muchas cosas. De entre todas, quisiera destacar dos: el sentimiento de fraternidad que experimenté desde que llegamos a Luanda y la fe con la que el pueblo angolano sostiene su vida, poniendo todo en manos del Señor.

“En Angola recibes un amor impresionante. Dios está en ellos…”

Laura, en el testimonio entrevista en Rompiendo Moldes, de Radio María.

QUIBALA

Quibala es un precioso lugar rodeado de montañas con unos bellos amaneceres y puestas de sol que lo singularizan. Su cálida luz acoge a cada uno de sus habitantes. Situado en la región de Quanza Sur, en un barrio paupérrimo, al que llegó por primera vez la luz a sus calles estando nosotras allí. Las Hermanas de la Comunidad realizan un precioso servicio en el puesto de salud y en el colegio, donde los preferidos son los alumnos de nuestro barrio de “La Manda” y de “Santa Isabel”, que viven en casas de adobe, sin agua ni luz en ellas.

El índice de analfabetismo es muy grande. Sólo en Quibala hay 12.000 niños sin escolarizar. No pueden ir al colegio por tener que ayudar en casa cuidando a sus hermanos más pequeños o por ir a trabajar al campo con sus padres.

Nuestras hermanas realizan una amplia acción pastoral en los llamados “Barrios” o poblados a los que llevan con su sola presencia, sus visitas a las familias y la catequesis a los más pequeños, la Buena Nueva del Evangelio. Las puertas de su corazón siempre están abiertas para ayudar a todo aquel que lo necesite.

MARÍA

“O passarinho voa, eu também quero voar”

Esta experiencia en Angola ha sido para mí una de las más duras y bonitas que he vivido nunca y ha estado llena de aprendizajes en todos los aspectos de mi vida, me ha ayudado a discernir acerca de mis prioridades y objetivos de ahora en adelante. 

Los paisajes y la naturaleza de este país me asombraron desde el primer momento, y la hospitalidad de la gente me hizo sentirme acogida por ellos desde la primera Eucaristía que compartimos.

He tenido la suerte de pasar estos días junto a la comunidad de Quibala, en la que se encuentran la Escuela Santa Catalina Laboure, el puesto de salud y desde la que realizan también acción pastoral colaborando en la parroquia y la catequesis en barrios marginales como “Kissole” o “Tutu”, cercanos a la ciudad.

Los nervios y el miedo de los primeros días se disiparon al conocer a los niños de los barrios de “La Manda” y “Santa Isabel” con los que estaríamos en las siguientes semanas y que, desde el inicio, llenaron nuestras vidas con su alegría y ganas de aprender.

El servicio que hemos realizado con ellos consistía en apoyo escolar y acompañamiento catequético. Me han enseñado a valorar cada minuto y a aprovechar cada oportunidad que surja de aprender; y eso he querido transmitirles a ellos también, pues el saber les hará libres y llenará de posibilidades su futuro incierto.

El encuentro cara a cara con la pobreza y la miseria material ha estado opacado por la riqueza de espíritu y la alegría de vivir que han demostrado los niños y niñas que venían a la escuela. 

Han sido días en los que hemos aprendido mucho, hemos jugado, hemos cantado y bailado, nos hemos reído, hemos amado sin prejuicios y hemos disfrutado de los momentos compartidos, las mañanas en la escuela y los paseos de la tarde por el barrio, conociendo a las familias y la realidad en la que viven estos jóvenes.

La foto que aparece refleja uno de los momentos diarios que vivíamos en la escuela: la oración de la mañana, en la que pedíamos al Señor y agradecíamos por el día vivido, en cada uno de esos momentos. Tanto pequeños como mayores, dirigían la oración y sus peticiones.

Me siento muy agradecida a todas las personas con las que me he encontrado en este tiempo, la Comunidad de Hermanas que nos ha acogido con tanta generosidad, la sencillez y humildad que nos han transmitido, y la fe con la que viven cada día su servicio a los demás, reflejo del carisma vicenciano que queda en nosotras para continuar nuestra misión allá dónde estemos.

PAULA

Durante mi misión en Angola tuve el privilegio de estar como profesora en una escuela de las Hijas de la Caridad, donde pude experimentar de primera mano el impacto transformador de la educación en la vida de los niños. 

Acercarme a estos niños cuando les impartía clases en el aula o cuando diseñaba actividades educativas para el día siguiente o les ofrecía apoyo emocional, llenaba por completo mi corazón.

Los niños y jóvenes que venían cada mañana al colegio mostraban un entusiasmo y una sed de conocimiento admirables.

Esta experiencia reafirmó mi vocación y pasión por la enseñanza. Cada día en el aula me recordó por qué elegí ser maestra: para inspirar, guiar y contribuir al crecimiento personal y académico de los jóvenes. La oportunidad de formar parte de su desarrollo y ver el progreso que hicieron fue profundamente gratificante, y me dejó con una mayor convicción de que mi verdadera vocación es la enseñanza.

El encuentro con la pobreza, visitar sus casas, los paseos por el barrio impactó profundamente mi corazón. Las Hermanas siempre pendientes de nosotras, las sobremesas en las que compartíamos con la Comunidad nuestra tarea, las reuniones que teníamos cada noche en las que revisábamos nuestro día y dábamos gracias a Dios por todo lo vivido, descubriendo su paso en nuestras vidas… Todo ha sido ayuda, compromiso y valoración de la misión que me lleva a un profundo agradecimiento por esta experiencia misionera que he podido vivir.

CLARA

Si tuviera que señalar un acontecimiento trascendental en mi vida, sería, sin lugar a dudas, esta experiencia en Angola. 

La foto que he elegido fue tomada durante la primera semana, en uno de los primeros momentos en que nos acercábamos al barrio y nos encontrábamos con los más pequeños. 

Representa, para mí, la esencia de la acogida y la calidez que irradian los inocentes corazoncitos que habitan esta tierra. 

Cada uno de los niños que aparecen en ella cuenta, en adelante, con uno de los más significativos espacios en mi crecimiento y en mi propio ser.

Casi pareciera que hubiéramos conectado antes de encontrarnos, porque nos unía la esencia; traducida en amor, compartir y en regalarnos las sonrisas más sinceras que he tenido la oportunidad de recibir. 

Desde luego, no fue fácil. Uno de los puntos clave, ha sido la dureza con que esta miseria ha impregnado mi vida, arrollándome en innumerables ocasiones como si de una apisonadora se tratase. En ello, he reforzado mi confianza y relación con el Señor, al que he podido ver, no solo en cada uno de los atardeceres que teñían la inmensidad del paisaje de rojo, sino en la voluntad de nuestra pequeña comunidad y la resiliencia que encontraba detrás de cada uno de los pequeños compañeros de vida con que he tenido el privilegio de encontrarme. Me siento muy afortunada.

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